El Rey de
reyes regresa victorioso de la Guerra de Troya tras enfrentarse a muchos
hombres valerosos. A diferencia de otros compañeros como Odiseo, que requirió
otros 10 años de viaje y desgracias, Agamenón logra volver a su palacio con
prontitud. Todo para ser vilmente engañado por una mujer que creía fiel a su
nombre.
Clitemnestra,
mujer de Agamenón, lo recibe con palabras tan hermosas como falsas. Lo acompaña
al baño y allí lo envuelve en un velo para luego acabar con su vida. Casi con
orgullo habla de su crimen, incluso se atreve a llamarlo su marido cuando ya
ella había ultrajado el lecho nupcial con Egisto. Cuando busca defender su obra
clama que era lo justo ya que estaba vengando a su hija, “Por
la justa venganza de mi hija, por Até, por Erinnis, a quien he ofrecido la
sangre de este hombre, no temo entrar nunca en la morada del terror”[1] dice Clitemnestra.
Palabras que suenan vacías considerando el destierro de Orestes; la falta de
reacción de Clitemnestra hacia la supuesta muerte de su hijo y la forma en que
era tratada Electra, en sus propias palabras, por tan abnegada madre: “(…)a mí me tenían alejada, en desprecio y
abyección, me echaban de casa como a perro vil(…)”[2].
La
reacción de Clitemnestra ante su sueño demuestra lo débil de sus argumentos
para acabar con la vida de Agamenón, con miedo envió ofrendas al difunto
intentando calmar su culpable mente. Demostrar culpa es demostrar que duda
haber realizado una buena acción. Cosa que aunque no reconozca tiene muy en
claro la asesina.
La noticia
del asesinato de un padre no es una que se pueda digerir con facilidad, menos
aún cuando la perpetradora es tu madre. A pesar de no ser mostrado en la obra,
el disgusto que le causó a Orestes enterarse de tal desgracia fue tal que se le
puede ver al comienzo de “Las coeforas” suplicando a su padre y a Hermes ayuda.
Orestes no
se podía quedar de brazos cruzado tras este terrible hecho, no solo porque es
su padre el que ha sido asesinado, sino porque es el honor de ambos el que se
ve amenazado. Un héroe del calibre de Agamenón que muere, no por la lanza de
algún héroe sino por la daga traicionera de Clitemnestra, es algo intolerable.
En palabras de Orestes: “No he de soportar, en fin, que los
más ilustres ciudadanos que valerosamente derribaron a Troya estén sometidos a
dos mujeres”[3]. Un hijo
que deja pasar esto sin más lo es, quizás, incluso más. Esto se puede observar cuando
Orestes dice:
No le es lícito al hombre mancillado participar de
la crátera y de las libaciones vertidas. Rechazado se ve de los altares por la
oculta ira de su padre; nadie le acoge; todos le desprecian, y muere, mucho
después, sin amigos y consumido por un destino lamentable y horrendo.[4]
Si se suma esto a las terribles promesas del dios
Apolo y las súplicas de su hermana Electra, es fácil observar el por qué
Orestes tenía no solo un deber moral (consigo, con su hermana y con su padre)
sino también divino con el gran Loxias. Solo acabando con la vida de los
asesinos podían verse satisfechas todas las partes. Cometido el crimen Orestes
busca expiarse. No lo hace porque se sienta culpable, por creer que cometió un
error, más bien lo hace porque sabe que es la única forma de presentarse ante
Atena y ser juzgado de forma positiva. Como Efectivamente sucede.
La principal diferencia entre ambos crímenes no se
trata de bueno y malo. Ambas manos fueron manchadas con la sangre de un ser
cercano. Una de ellas fueron movidas por algo noble, el deseo de reivindicación
del honor familiar; la otra solo fue una marioneta de la hýbris.
Bibliografía:
Esquilo.
Teatro completo. España: Editorial
Bruguera S. A., 1976.
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