I
Desconocidas
Desconocidas
En un parque no muy lejano, de grandes y
verdes árboles, una niña rondaba. Su cabello rizado despeinado y el sudor
bañando su rostro moreno. Parecía buscar algo. Se topó con una mujer que no
parecía mucho mayor de 30 años. Tenía una expresión tranquila, como si supiera
que estaba en el lugar correcto. Por sus rizos y su color, parecía familia de
la menor.
- Hola -
me saludó con una sonrisa llena de ilusiones y su mirada desbordando sueños -
creo que me perdí.
-
Tranquila niña, no lo estás, yo te llevaré a casa.
- Pero
eres una extraña, no debo ir contigo a ningún lado, - se cruzó de brazos
sacando puchero - mejor me quedo aquí. Mi mami me contó que una vez mi papi me
olvidó en casa de mis abuelos pero se acordó y regresó por mí.
Se me
escapó una sonrisa escuchando como hablaba.
- Está
bien que seas precavida, así te mantienes segura. ¿Te puedo acompañar mientras
esperas?
Me miró
un momento evaluando mi nivel de amenaza y finalmente se encogió de hombros.
- Ok,
pero no te acerques o grito.
Me senté
en un banco dejando su espacio, no quería ahuyentarla. Se sentó a mi lado con
bastante distancia pero al ver pasar un señor se acercó más buscando
protección, algo debía ver en mí que le generó confianza.
- ¿Puedo
saber tu nombre, pequeña? Es raro llamarte niña.
- No lo
vas a saber decir. Me llamo Kéllyta, con K, doble L, acento en la E y con...
Eh... I gragea - culminó inflando el pecho orgullosa de su hazaña.
-
¿Kéllyta? ¿Segura que no es I griega?
- Ya te
pareces a mi mamá. Eso, I gragea.
Me reí y
me fulminó con la vista, con obvia molestia.
- Por lo
menos lo pronunciaste bien.
- Es que
me resulta familiar, mucho.
- ¿En
serio? Creí que era la única con ese nombre.
- Resulta
que no, yo también me llamo así, es más, ¿te puedo contar un secreto?
A pesar
de su desconfianza se acercó dejándose llevar por su infantil curiosidad.
- Yo...
Um... No sé si contarte, quizás no me creas o peor, podrías decirle a alguien.
- No, no,
yo soy buena con los secretos. Prometo no decir nada.
- ¿Lo
prometerías por la garrita?
Pensó un
momento antes de verme determinada con el meñique en alto.
- Las
promesas de garrita son sagradas.
Entrelacé
nuestros meñiques con una sonrisa.
- Bueno,
mi secreto es que yo soy tú, pero una versión del futuro.
II
Impossibilia
Me
examinó, sus ojos con desconfianza y su sonrisa con gracia.
- ¿Vienes
del futuro? Eso no es posible.
- ¿Cómo
estoy aquí entonces? Vengo de 20 años en el futuro para ser exactos.
- ¿20? - comenzó
a contar con sus deditos y al terminar me mostró ambas manos - Eso es más que
esto, ¿verdad?
Levanté
mis manos extendiendo los dedos, mostrándole cuánto le faltaba.
- Es
mucho más del doble de tu edad, Kéllyta. Ha pasado mucho tiempo desde que tenía
tu tamaño.
Jugó con
los pies, su expresión pensativa.
- Señora... Disculpe... - se mordió el labio
indecisa de continuar - Creo que se ha equivocado. Usted no puede ser yo.
- ¿Por
qué lo crees?
- Es que
usted no luce como modelo, y yo de grande seré una de las mejores.
Intenté
ocultar mi sonrisa triste revolviendo sus rulos.
- Lo sé,
¿tan fea crees que soy?
Se
sonrojó con culpabilidad - no, ¡para nada! Es solo que en la televisión las
modelos son así altas y delgaditas - se paró de puntas mientras decía esto para
luego agarrar un mechón de pelo - su cabello es largo, largo... Son hermosas.
No como yo... - esto último lo dijo tan bajito que casi no la escucho - Es por
eso que cuando crezca quiero ser como ellas.
Apreté
mis manos en puños, recordando todas las veces que me dije eso, insatisfecha
con la imagen que me devolvía el espejo.
- Eres
mucho más bella que todas esas flacuchas, una niña muy linda.
- Gracias
señora, perdón por decir que no parece modelo. Usted sí es bonita, y sí nos
parecemos, pero me imagino diferente.
-
¿Recuerdas esas veces en las que te provoca algo de comer, en la foto se ve muy
rico y cuando lo consigues te das cuenta que ni se ve igual ni sabe como
esperabas?
Intenté
expresarme con palabras simples pero igual se notó el esfuerzo en su rostro
para entenderme.
- No todo
es lo que parece, ¿verdad?
En parte
sorprendida por esa respuesta, asentí en silencio.
- Exacto,
y con la belleza pasa igual. Lo que ves en televisión o revistas no representa
la realidad, como las muñecas, no se parecen a la mayoría de las mujeres de
carne y hueso.
- ¡Odio
las muñecas! - exclamó en un repentino berrinche - Son aburridas y feas y no me
caen bien y no las quiero. ¿Por qué sonríen tanto? ¿Y por qué debajo del
vestido no tienen nada, como yo o mi mami?
- No
repitas tantas veces “y”, la forma correcta es "como mi mami o yo". -
corregí - No sé porqué son así, a mí tampoco me gustan, incluso ahora - me
quedé un momento reflexiva - ¿Ya crees que somos la misma persona?
Se
levantó quedando frente a mí y acarició mi mejilla, luego pasó sus dedos por mi
cabello con su rostro serio.
- ¿Eres
doctora? Te ves muy joven para serlo.
- No, no
lo soy, ni quiero serlo, la sangre me marea. Y por si te lo preguntas, no seré
presidenta tampoco - a pesar del dolor que me causó su expresión de decepción,
le mantuve la vista firmemente - Sé que no soy quien sueñas ser, quien soñé
ser, pero la vida trae muchos cambios.
- No
quiero crecer entonces si voy a ser tú - se apartó sentándose nuevamente lejos,
como si de esa forma me volviera menos real - eres muy aburrida y no me gustas
- concluyó tajante.
Nos
quedamos en silencio, ella molesta, yo incómoda. ¿Cómo podía convencerla de
algo que a mí me costaba creer? ¿Hacerle desear un futuro brillante que yo no
sentía de esa forma? Por un momento la envidié, con tantos sueños. Quería
enorgullecerla y no sabía cómo.
III
Perderse
- ¡Ya sé!
- Soltó sorprendiéndome con su repentina emoción - Eres una pesadilla, por eso mi
mami no ha llegado y tú estás aquí. Solo debo despertar y ya.
La
observé cerrar sus ojos con fuerza para luego abrirlos, cuando eso no funcionó
se pellizcó provocando un quejido de dolor por su parte.
-
Kéllyta, basta, te haces daño. No soy una pesadilla. Sé que estás muy pequeña y
no puedes entender del todo, algunos sueños no se cumplen porque no son para
ti, a veces cambian para algo mejor.
Un
sollozo interrumpió mi discurso. Me reprendí mentalmente por ser tan brusca. A
pesar de, técnicamente, estar hablando conmigo misma, seguía siendo solo una
versión infantil.
Me
acerqué para abrazarla, en silencio. Acaricié su cabello hasta sentir que se
calmaba.
- ¿Todo
bien, llyta bonita? - susurré usando el apodo que me sacó una sonrisa incluso
en los momentos malos.
- ¿Qué
puede ser mejor que una modelo/doctora/presidenta? - cuestionó con sus ojos
húmedos.
- ¿Una
modelo/doctora/presidenta/astronauta?
Se rió y
por inercia también lo hice. Su risa fue como una melodía contagiosa.
- ¿Son
muchas cosas juntas, verdad?
- Sí,
Kéllyta, aunque alguien que realmente lo desee puede lograrlo. Yo fui creciendo
y en el camino entendí que algunas simplemente no eran lo mío, así que deje de
quererlo. Tengo una idea. ¿Qué te parece si te cuento lo que yo hago y
decidimos si es más divertido? Si no te gusta solo debes evitarlo.
Limpiando
el último rastro de lágrimas de su cara, asintió.
- Creo
que no tengo alternativas, estando atrapada aquí, suena más entretenido que
quedarme sentada en silencio.
Sin
quitar el brazo que rodeaba sus hombros pensé en la mejor manera de narrar
parte de lo que hacía, intentando que fuera dinámico.
III
Conocimiento
- ¿Ya
empezaron a enseñarte a leer verdad?
- Sé las
vocales, son a-e-i-o-u. Hay otras cosas que me enseñaron mami y el preescolar.
Era muy aburrido y espero el colegio sea más divertido, ¡ya casi empiezo!
- Será
más entretenido, todo tiene su lado bueno y su lado malo. - suspiré recordando
sobre todo las cosas malas - Siempre intenta ser la mejor, pero no te
presiones, sigue viéndolo como un juego.
-
Mientras no me obliguen a tomar la siesta, ya soy feliz - comentó con fastidio
en su voz.
- No,
nada de siestas. - aseguré - En un par de años, cuando ya leas muy bien,
conocerás un libro que te hará amar la lectura. Mi sueño ahora es ser una gran
escritora, para hacer obras que los demás amen leer, niños o adultos.
-
¿Escritora? ¿Cómo esos que hacen libros grandes de las bibliotecas? - preguntó
con curiosidad - Pero mi mano se cansa cuando dibujo mucho tiempo, ¿cómo
escribiré tanto?
Me levanté
y le hice una seña para que me siguiera hasta una fuente cercana, era un parque
muy bonito ese en el que estábamos.
- ¿Qué te
parece esta escultura? El caballo es uno de mis animales favoritos.
La
observó, admirando primero el líquido que fluía, tal vez pensando en jugar con
ella. Luego la figura de piedra atrajo su atención, era un jinete que parecía
cabalgar sobre un caballo sumamente realista.
- Es
hermoso, yo nunca podría hacer algo así.
- ¡Todo lo
contrario! Puedes hacer todo lo que te propongas. Pero siempre conllevará
cierto esfuerzo si quieres que quede bien. La persona que hizo esto muchas
veces se cansó, quizás deseaba renunciar, pero si lo hubiese hecho no podríamos
contemplarla. Al final debió sentir mucha felicidad de construir esto para que
todos lo disfrutemos.
- ¿Te
hace feliz lo que escribes?
- A veces
no, me parece que le falta algo y deseo botarlo. Otras veces me gusta tanto que
quiero mostrarlo a todos. Aunque no siempre me agrada, no dejo de escribir,
¿quieres saber por qué?
- ¿Porque
nunca te cansas?
Me reí y
comencé a caminar llevándome la sorpresa que la pequeña tomó mi mano para
seguirme.
- Creí
que ya había quedado claro eso.
- Ya sé,
sí te cansas, solo bromeaba. Hay cosas por las que vale la pena luchar.
- Buena
niña, así es. Cuando escribo, todo lo que imagino es real. No solo para mí sino
para todo el que lea. Si te leen un cuento, empiezas a imaginar los personajes
y paisajes, como una película. Quiero lograr eso.
Me soltó para
dar vueltas, detallando las cosas a nuestro alrededor.
- Cierra
los ojos - ordenó y yo obedecí con una sonrisa - dime qué tal lo hago: “El
caballo se movió, como si tuviera vida. Saltó fuera de la fuente llevando
consigo a su valiente caballero”. ¿Lo imaginaste?
- Casi
puedo escucharlo relinchar mientras galopa.
- ¿Qué es
eso? ¿Relinchar, galopa?
- Te toca
cerrar a ti los ojos.
Cumplió
la orden y la tomé para cargarla en mi espalda.
- ¡Hey!
¿Qué haces?
-
Relinchar - dije y comencé a hacer el típico sonido equino - y galopar -
corriendo imité el sonido de los cascos. Escuché con gusto las risas que le
arrancaba a mi joven versión. A veces se puede olvidar lo divertido que es
reírse sin preocupaciones.
- Soo
caballito - me dijo elevando su “poderosa” voz de mando.
La llevé
de nuevo al banco, cansadas las dos, yo mucho más, la edad ya me estaba pasando
factura.
- Está
bien, lo admito, no eres tan aburrida como creí.
- Ni tú
tan llorona como pensé. - bromee sacándole la lengua, ganándome un golpe en el
brazo - Llorar está bien, nunca te reprimas, sentir es una prueba de nuestra
existencia. Además, no le cuentes a nadie pero de vez en cuando lloro con
películas de comiquitas.
- ¡Já!
Después la llorona soy yo. ¡Bebita, bebita!
- Ay, qué
mala eres. - un poco nerviosa me mordisquee el labio - ¿Te gusta entonces ese
pedacito de mundo que te espera?
-
¿Pedacito? ¿Hay más? ¡Cuéntame! ¡Sí me gustó!
-
¿Creíste que renunciaría a hacer más cosas? No nos conoces bien entonces, eso
sería aburrido. Pero no te contaré más. Solo te adelanto lo siguiente: me gusta
capturar imágenes y también crearlas.
- ¿Cómo
es eso? Dime, por favor.
- No, no,
debes descubrirlo tú solita. Ten paciencia. Y no tenemos más tiempo, ya tengo
que despedirme.
Sentí sus
brazos rodearme con fuerza, el llanto precipitándose sin control.
IV
Encontrarse
- No
quiero que te vayas, sigue contándome lo que pasará con nosotras después -
habló rápido entre sollozos y mis ojos se nublaron.
-Lo más importante
que debes saber, llyta, es que hoy y siempre debes ser feliz - por primera vez
sentí la realidad de hablar no con una niña sino conmigo - sin importar lo que
quieras ser mañana, debes recordar lo especial que hay en ti, la perfección no
existe pero tú estás más que bien como eres - sin querer había comenzado a
llorar- sé feliz tú primero y eso se transmitirá a los demás.
-
Gracias, Kéllyta, lo haré - era la primera vez que me llamaba por nuestro
nombre- de grande quiero ser como tú.
-
Cuídate. Recuerda que es Kéllyta, con K, doble L, acento en la E y con I
griega.
- ¡Ok! I
gragea.
Caminé
manteniendo cierta distancia sin poder evitar reír. Un minuto después llegó una
mujer que reconocí como mi madre con un par de años menos.
- ¡Aquí
estás! ¿Qué te dije de correr lejos? ¿Te pasó algo?
- No,
mami, me estuve cuidando bien.
Sonreí
una vez más con un nudo en la garganta. No recordaría ese encuentro, lo sabía
por experiencia propia, pero esperaba mis palabras la ayudaran en los próximos
años. Al final, yo necesité más esa reunión que ella, para rememorar las
palabras que una vez me dije y hoy revivía.
- Sé
feliz, así como eres. - dije en voz alta - Si ella quiere ser yo, ¿por qué yo
querría ser diferente?
La niña siguió corriendo, esta
vez de la mano de su mamá, quien controlaba que no se escapara de nuevo. Ya su
mente empezaba a olvidar lo que acababa de pasar pero por una extraña razón se
sentía muy feliz, sabía que todo iría bien.