Desperté
y todo parecía ser como siempre, nada parecía señalar el día que se me venía
encima y sus repercusiones en mi vida. Todavía no me había logrado sacudir el
sueño de encima, mi cerebro no estaba del todo en sintonía con lo que pasaba
alrededor. Entré al baño con los ojos apenas entreabiertos, me senté en el inodoro
y con un sonido de satisfacción oriné. ¿No es irónico que justamente uno de los
objetos más apestosos del hogar sea también el que recibe su nombre de la falta
de olor? Ningún libro será escrito sobre lo sabroso que es ir al baño cuando se
tienen muchas ganas, pero en el fondo todos sabemos que es uno de los pequeños
placeres de la vida. ¡Cuánta idiotez puede pensar un cerebro medio aletargado!
Al
enfrentarme con el espejo para cepillarme los dientes ya era más consciente del
mundo. Cuando finalmente observé mi reflejo fue que caí en cuenta del cambio
que me esperaba. Parpadee un par de veces, ¿qué era ese brillo en mis ojos? Se
parecía un poco a esas veces que me despertaba de buenas, pero era más…
¿Intenso? ¿Luminoso? No, ¡real! Sí, esa es la palabra. Mis días “de buenas”
generalmente ni siquiera duraban un día entero. Y ahora que caigo en cuenta,
¿dónde está la vocecita recordándome que hoy será otro día de mierda?
Siempre
que hablaba con las personas que venían buscando consejo conmigo por algo
relacionado a un gran cambio, le decía que debían adaptarse y disfrutar de lo
que la vida les traía. Palabras muy grandes para una persona que temblaba si la
comida sabía ligeramente distinta a lo normal y podía incluso sufrir un ataque
de pánico al percatarse que el transporte tomaba una ruta diferente. Pero hoy me
sentía como otra persona, reinventada, y allí estaba esa enorme sonrisa en mi
rostro. Estaba preparada, dispuesta a enfrentarme a todo lo que se me lanzara
encima.
Mentiría
si dijera que grandes eventos pasaron este día, no cayó ningún meteorito del
cielo, ni vino mi artista preferido a darme un concierto privado. No fue una
jornada especialmente positiva o negativa. Pero eso quizás sea lo más
espectacular. La rutina, todos la conocemos en uno o más puntos de nuestra
existencia, es una de las grandes razones de desmotivación con la cual se puede
conseguir el ser humano. Pero fíjate que hasta la rutina me parecía entretenida
hoy. Aparentemente todo es cuestión de actitud. Por muy mínimo que pueda sonar,
el hecho de estar bien con quien soy me hizo experimentar todo con una visión asombrosa.
Confianza, qué hermosa palabra.
Salir
a la calle así era como estar en un video musical con todas tus canciones
favoritas reproduciéndose, y no esas que son parte de tu repertorio porque te
hacen sentir peor, sino las que te llenan de energía. Imagina todo eso pero sin
los audífonos puestos, no intentando huir de la gente, más bien disfrutando de
las pequeñas cosas a tu alrededor.
En
el metro todos lucían más atractivos, como si mi ánimo también lo sintieran
ellos. ¿En verdad estoy coqueteando con esa persona? ¿Y me está respondiendo?
¡Qué bien se siente! Antes de bajarme en mi estación me animé a darle un papel
con mi número, a pesar que estaba con alguien que parecía ser su pareja. No
esperaba ser llamada, tampoco esperaba no serlo, pero ese simple acto me llenó
más de confianza (si eso era posible). Nunca había flirteado tan abiertamente,
sin importarme un posible rechazo.
Más
adelante en el día el trabajo tuvo tantos factores estresantes como
normalmente, mis jefes jodiendo como cosa rara. Ellos, como yo, forman parte de
una cadena superior a nosotros. El de arriba siempre exigiendo al de abajo. Sin
embargo sus reclamos me parecían insignificantes, el trabajo más llevadero. Y
la medalla se la llevó el momento en el que me quisieron culpar por algo que no
hice y simple y llanamente les contesté, no, hoy no me quedaría callada. La
mirada que me dieron cuando dije, sin siquiera alzar la voz pero frente a todo
el mundo, que podían hablarme nuevamente cuando percibieran quién hacía bien el
trabajo y quién no, fue imperdible. Me di media vuelta y seguí en mi labor como
si nada hubiese pasado.
Definitivamente
podía acostumbrarme a esta nueva yo. Desinteresada y confiada, una combinación
perfecta. Decidí que nunca más volvería a ser esa idiota que se preocupaba por
la opinión de los demás, nadie podría callarme y mi palabra sería la última
siempre. Me fue extremadamente fácil adaptarme a esta existencia. Empecé a
tener citas con cualquiera que me interesara, en el trabajo ya nadie me pisoteaba,
hasta con mi familia saqué todo eso que siempre me había atormentado (con
gritos incluidos). ¿Sabes todas esas escenas que se reproducen en tu mente
cuando una situación te desagrada? ¿Y si hubiese dicho/hecho tal cosa…? Ya no
habían más “Y si” o “hubiese”. Si quería decir o hacer algo, nadie podía
impedirlo. El arrepentimiento no entraba en mi vocabulario.
Todo
era perfecto, o por lo menos eso creí por un tiempo. Comencé a notar ciertas
actitudes en el resto de las personas. Es verdad que ya nada tenía el poder de
herirme, yo no se lo permitía, pero la gente se mostraba ahora distante de mí.
Antes me era tan fácil conectar con alguien una vez me llegaban a conocer, pero
últimamente no. Al principio les culpé a ellos, si no podían lidiar con quien soy,
era su pérdida. Yo soy perfecta, que no lo sepan apreciar no me concierne. Poco
a poco la venda fue cayendo, ¿qué pasaba? Soy quien siempre había anhelado ser
y hacía lo que me daba la gana. ¿Qué estaba mal? Y peor aún, ¿por qué siento
que lo que hago no es correcto?
Ya
no sé quién eres
Has cambiado
¿Qué te pasó?
No eres quien creí
conocer
¿Quién
soy?
Y
otra vez estaba allí, frente a mi espejo, con ese brillo en mis ojos. Mi madre
llamándome desde el cuarto. ¿Acaso todo eso acababa de pasar? Quizás necesite
un poco más de sueño. Por los momentos lo ignoré, debía ir a trabajar.
Tampoco
usé hoy mis audífonos en el camino, un pequeño experimento. Miré a las personas
con las que compartía transporte, una en especial me veía mucho. Me llamaba la
atención, es verdad, pero no hice ningún movimiento excepto una pequeña
sonrisa. Eso de andar con alguien que ya tiene una relación no es lo mío.
Como
una especie de premonición, una escena similar a la de mi “visión” se presentó
en el trabajo. Lo dejé pasar pero luego de un momento me acerqué a mi superior
y le dije en un tono educado que no creía correcta la forma en que me había
tratado. Se disculpó y me felicitó por mi desempeño.
Al
llegar a mi hogar fui directo junto a mi mamá, se encontraba acostada, la abracé
fuerte.
-
¿Qué te pasa muchacha?
-
¿Alguna vez has soñado con ser alguien completamente diferente? Quisiera
decirte algo…
Todos los excesos son malos, incluso de confianza.
Saludos, he leído tu texto, y me parece una buena manera de sintetizar esa frase final, es decir, quien no ha deseado tener uno de esos días en los que todo lo que nos rodea nos importe poco y deseemos decir y hacer lo que queramos. Y bueno, para evitar que esos días deseados cobren realidad, hay que recordar que los excesos se pagan.
ResponderEliminar¡Un saludo!
Hay que desprenderse de todo para poder llegar a un equilibrio, pero eso no es nada fácil de lograr... Por ello caer en excesos puede ser común. Gracias por pasarte a leerme y dejar tus sabias palabras también.
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