Todos menos uno de los presentes sabía lo que estaba
pasando, cuando la segunda cachetada resonó en todo el lugar su rostro pasó de
la conmoción al enojo. Por si fuera poco, la música dejó de sonar dando énfasis
al penoso espectáculo.
– Esta es la tercera y última vez que me haces algo como
esto – le dijo con un tono de voz tan bajo que, de no ser por el silencio
sepulcral, nadie habría escuchado.
La música siguió sonando y el alcohol fluyendo, como si
nada.
¡Qué cosas se ven en un bar a estas horas!
Contemplé su rostro, que irradiaba felicidad. Su sueño hecho
realidad, ¿cómo no ser feliz? La casa era como la habíamos imaginado, antigua
pero con encanto. Blanca, tejado a dos aguas formando un triángulo, un porche
de madera y a poca distancia un estanque. El interior reflejaba su sencillez:
los muebles necesarios, como decoración alguna que otra foto familiar y sus amados
cuadros. Desde pequeña comenzó a pintar y ahora gracias a ello tenía tan bello
hogar.
Colocó su copa de vino sobre el portavasos circular, solté
una risa. Siempre tan ordenada. Lamentablemente no podía escuchar mi risa,
nunca podría.
A todos nos ha pasado que llegamos a ese punto en el que
toca decidir, para continuar con vida. Porque estar estancado solo es
sobrevivir. El equipaje ya estaba hecho, no necesitaba más que esas maletas.
Bifurcaciones separan dos mundos que, en apariencia, no
tienen nada en común. ¿Quién podría asegurar que eliges la correcta? Despedirse
de todos fue lo más difícil, sin duda alguna, por pocos que fueran.
Caminar, escoger, existir. Verbos en infinitivo, decisiones
que parecen infinitas. No hay vuelta atrás ni arrepentimiento que valga. La voz
detrás del altoparlante hizo el último llamado, hora de abordar.
Corría, como siempre últimamente. No había nada que me
motivara a huir, a menos que consideres suficiente no tener razón para
quedarte. Tenía los ojos rojos. Estúpida brisa, pensé, aunque tenía rato
llorando.
Tropecé y mi cabeza conoció el pavimento. ¿Podía morir de un
golpe en la cabeza? Es posible, pero no pasó. Me quedé acostado, feliz. Ahora
tenía un motivo para quedarme, esa caída.
No recordaba si amanecía o atardecía, esa hora formaba una
bella tonalidad en el cielo, amarillento. Me fijé en una valla, grandes letras
blancas sobre un fondo azul rezaban: “Sonríe, no estás solo”.
Holaaaaa, ¡escribes super bien! Me ha encantado tu relato, la forma en que transmites, la sencillez, y a la vez, todo lo que haces sentir. Pareces estar allí. De veras, me ha encantado :)
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, siempre que narro algo (sin importar lo que sea) intento pensar cómo me sentiría en esa situación. Saber que funciona, que alguien lo disfruta, me llena de felicidad.
Eliminar«Me quedé acostado, feliz. Ahora tenía un motivo para quedarme, esa caída». ¡La gran filosofía del caer, admirar y levantarse.
ResponderEliminarBuen post, sobre todo esa última frase :3
¡Gracias! Muchas veces al caer olvidamos que primero tenemos que aprender una lección antes de levantarnos, creo que con esa frase me lo recordé a mí misma.
Eliminardebo de confesar que me quedo con el primero, no es que los demás no me hayan gustado, tus relatos son muy buenos, pero el primero, no sé, tal vez fue la sencillez del momento a redactar, pero me encanto demasiado :3
ResponderEliminarMi favorito fue el último, ¡tiene ese sentimiento agridulce que me encanta!
EliminarMuchas gracias por tu comentario :D
Cortos pero enormes :D
ResponderEliminarLa verdad todos tienen lo suyo ni como escoger algunos XD
Elegimos de forma madura,¡tin marín de don pingüé! Jajaja gracias
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