―No puedo dormir.
―¿Quieres un cuento? Puedes ser una princesa.
―¡Sí!
En un reino no tan lejano de nosotros vivía una niña para nada común. Ella era la princesa, ¡nada más y nada menos! Quizás eso suene bastante común si eres de esta tierra, donde los castillos y sus monarquías abundan. Lo que la hacía extra especial era que no había más princesas, ni en ese reino ni en otros que sí estaban muy lejanos. Aunque no me creas, solo te cuento la verdad, puedes viajar un día a todos ellos y te dirán lo mismo. Por algún extraño motivo hace mucho tiempo que las princesas no nacían en cuna Real.
Este lugar en el que vivía no era para nada perfecto, nunca saldría en el Top 10 de Reinos que la revista “Royal Times” publicaba anualmente. Su padre, y Rey, contaba con uno de los magos más sabios sobre la faz de la tierra. O por lo menos así era para nuestra pequeña princesa. Tal vez no confíes en sus criterios de sabiduría, para ella era muy importante que un mago supiera contar buenas historias. Windor, el gran sabio, tenía las mejores y más graciosas. Ya sea para dormir o para matar una tarde de aburrimiento, podía recurrir a él.
Sin importar la opinión de Sophia, porque así se llamaba la niña, su padre tenía una opinión distinta. No había Rey más testarudo que él, por mucha paciencia que tuviera Windor de cada diez consejos que daba solo uno era escuchado. Y por si fuera poco, el consejo siempre era modificado hasta hacerlo parecer una idea original del Rey.
Cuando los reyes supieron que esperarían al heredero del reino, ya nadie anhelaba princesas en este punto, se sintieron muy felices. Ser padres no podía ser tan difícil. Un día, cuando ya faltaba poco para el nacimiento, el mago llegó apresurado, interrumpiendo la comida. El Monarca, con obvia molestia, le hizo un gesto con la mano ordenando que se retirara.
―Disculpe, mi señor, si usted lo desea puede esperar, pero es importante.
―¿Qué pasa? Puedes decirme acá ―respondió dejando los cubiertos.
―Tiene que ver con… ―miró el vientre de la reina, inseguro.
Un gemido se escapó de los labios de la futura madre, sin embargo no pronunció palabra recordando los modales que tanto le inculcaron en su infancia.
―¿Todo está bien? ―cuestionó el Rey, su rostro ocultaba muy bien el miedo que sentía.
―Apareció una profecía.
El Soberano no pudo retrasar más la reunión, no sabía lo que podía contener dicha profecía y no quería alarmar a su esposa. Se retiró junto al buen mago a su área de trabajo. Odiaba tener que entrar allí, siempre tenía un olor espantoso a incienso que lo adormecía. Se mantuvo en la puerta, lo más alejado de ese ambiente. El sabio, en su elemento, sacó un pergamino entre todas las cosas que se veían amontonadas.
―Esto nos ha llegado del oráculo de las montañas en el sur ―le entregó el papel que decía las siguientes palabras.
Tras muchos años las olas verán nacer la primera rosa entre tantos árboles, su fragilidad será sinónimo de transformación.
Hay un detalle de este reino no tan lejano que lo hacía distinto a los demás. Su geografía consistía en una pequeña isla cuyo perímetro estaba marcado por una amplia barrera de árboles, a diferencia de otras islas donde eran muy escasos los bosques abundantes sobre todo en tan peculiar arreglo.
Con una gran sonrisa el Rey volvió al comedor donde su Reina había dejado de comer, preocupada por la interrupción. La expresión de su marido la confundió, aunque en el fondo sintió alivio. Todo estaba bien, no podía ser de otra forma.
―¡Seremos padres de una hermosa niña!
―¿Y entonces, qué pasó?
―Ve a dormir, mañana seguimos.
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