domingo, 12 de mayo de 2013

Adiós, mi querida infancia

Hoy viendo Toy Story 3 otra vez, luego de llorar otra vez caí en cuenta de algo. Nunca, que recuerde, tuve mi despedida de la niñez. Quizás sea porque nunca tuve una infancia muy normal o solo es mi mente jugando una jugarreta conmigo borrando esa información, el punto es que no recuerdo en algún momento de mi vida haber dicho adiós a la infancia. Andy un día, luego de postergarlo, tuvo que hacerlo. Guardó sus juguetes por mucho tiempo, sin siquiera usarlos, pero en el momento de tener que deshacerse de ellos no pudo. Separarse de su niño interno fue simplemente una posibilidad lejana... Hasta que dejo de serlo. Con algunos niños son los juguetes mientras con otros es el Ratón Pérez o Santa. Yo no recuerdo una despedida de mis juguetes, un "Santa/Ratón Pérez no existe", simplemente un día dejé de jugar y un día dejé de esperar por mi regalo de navidad y mi dinero bajo la almohada.

Quizás un momento que me "marcó" de niña a no-tan-niña fue el primer día de clases luego de mi hermano haberse graduado. No compartíamos en el colegio más allá del trayecto de ida o de vuelta; pero en el momento en que a mi mente cayó la plena conciencia de mi hermano ausente, no pude evitar las lágrimas. Al graduarme de secundaria no sentí mucho más de una modesta emoción. Al empezar en la universidad, igual. Y ya, eso fue todo. Ningún momento de trauma, nada. A veces siento esa nostalgia por el pasado pero no por la infancia como tal. Eso me hace preguntar ¿por qué? ¿Está algo mal conmigo? 

Luego pensé y pensé, buscando el error o defecto de fábrica que me hizo no tener mi momento "Andy despidiéndose de sus juguetes" y lo entendí. No hay ningún problema porque yo todavía no he desechado mis juguetes, no he desechado mi Santa o mi Ratón Pérez. Aún los tengo en mí. Soy una niña perdida en el país de nunca jamás. Y no malinterpreten mis palabras, una parte de mi siempre será así de infantil pero también soy una cuasi adulta. Lo mejor de dos mundos, la madurez de un viejo desde los ojos soñadores de un niño. No es algo que pueda, ni quiera, cambiar. Y si alguien me consultara una duda con respecto a botar sus juguetes o dejarlos en el ático o llevárselos a la universidad le diría: "Llévalos, siempre, en tu corazón." Y si en cambio me encuentro con alguien que ya se deshizo de su infancia, con mis niñerías le recordaré lo hermoso que es mirar todo con la magia propia de un niño.

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