lunes, 7 de septiembre de 2015

Colchón de seguridad



El avaro es el que no gasta en lo que debe, ni lo que debe, ni cuando debe.
Aristóteles

30 de Mayo del 2014

10:30 pm – En algún lugar de la línea 1.
Eran pocas las personas que se veían en el metro a esas horas de la noche, todos con cara de ansiar estar en una cama, demasiado cansados como para desear vivir. Ya pronto yo también tendría que irme, antes que viniera algún operador a sacarme del tren. Una vuelta más y me voy, me dije. Parado a mitad del vagón con mi postura usual, el brazo y la pierna derecha ligeramente torcidos con harapos en vez de ropa. Lo único que desentonaba con mi conjunto era el morral que llevaba, nadie podía saber lo que llevaba dentro. Cuando ya me sentía preparado, pronuncié el discurso que ya me sabía de memoria.
– Buenas noches señores usuarios, – dejé un pequeño espacio de tiempo y unos cuchicheos fueron toda la respuesta que recibí – gracias por sus buenas noches. Sé que es una molestia que me encuentre acá pidiendo dinero y de más está decir que estoy harto de esta lamentable situación. Luego de un terrible accidente, donde fui atropellado por una moto, la mitad del cuerpo me quedó casi inutilizable, perdí mi trabajo y me he visto en la necesidad de recurrir a esto para subsistir. – Hice una pausa para añadir dramatismo – Lo único que les pido es que me colaboren con algo para poder comer ya que hoy no he probado bocado, muchas gracias y que Dios los bendiga. – La gente se ve más dispuesta a aflojar el codo cuando se les recuerda que tienen alguien arriba juzgándoles, qué idiotez.
Me pasee entre la gente medio dormida, arrastrando mi pierna inútil, recibiendo un par de billetes y unas cuantas monedas. Repartí bendiciones cual cura en el Vaticano.
– ¿Alguien más podrá encontrar en su corazón una pequeña ayuda para un hermano en problemas? – Quizás debería considerar la actuación como carrera, tremenda actuación la mía.
– Toma mijo – me dijo una señora, entregándome un pedazo de pan en una bolsa – creo que puedo sobrevivir sin él y tú lo necesitas más.
Miré la bolsa y compuse mi mejor sonrisa murmurando unas palabras de agradecimiento. Me retiré con mi botín pasando al siguiente segmento del metro repitiendo la escena anterior varias veces hasta recorrer el tren en toda su extensión. Al finalizar mi jornada salí en la estación Altamira botando primero toda la comida que me habían dado en la noche, como si me sirviera de algo. Ilusos, pensé. Metí las manos en mis bolsillos, sentirlos llenos de esa exquisita riqueza me invadió de felicidad. La persona que inventó el dinero merece un premio. Fue un sentimiento efímero, esa satisfacción, porque al momento supe que quería más, no era suficiente. Nunca era suficiente.

6:30 pm – Los Dos Caminos.
– ¿Te anotas pa’ unas birras, López? ¡Vamos a gastar esa quincena que vino jugosa! – Me invitó animado uno de mis compañeros, pasando su brazo sobre mis hombros. No sé si su nombre era Ángel o José, me da igual.
– No gracias bro, mi quincena está comprometidísima con una montaña de deudas – me mostré afligido como supuse debía lucir – ¡quizás para la próxima!
– No seas aguafiestas, es viernes y un par de cervezas no son más de 80 bolos, 100 si nos ponemos elegantes pero tú sabes que los chinos de la esquina la venden barata. – Dijo otro compañero, el que podría ser José o tal vez Ángel.
– Coño pero es que de pana ando mal, el carajito me cayó enfermo y eso me tomó desprevenido. – Mentir me salía de forma tan natural cuando se trataba de escaparme de situaciones relacionadas con dinero.
– ¿Ves cómo eres? No sé pa’ qué andas haciendo cuanta jornada extra proponen en el trabajo y laborando los feriados si nunca nos aceptas una salida, – intervino el primero – después no vengas diciendo que no te incluimos.
– No vale tranquilos, vayan ustedes que la próxima quincena seré yo el que invite y todo. – Esperé un tiempo prudencial para poder huir – bueno me voy que tengo que cuidar a mi chamo, ¡nos vemos el lunes!
¿Debería sentirme mal por dejar escapar dos potenciales amigos de esa forma? Bueno, con la cantidad de mentiras en las que me he envuelto no creo que pudiera considerarme material de amigo.
Saqué el cheque del bolsillo en mi camisa, mientras más pronto tuviera el dinero en mis manos, mejor. Me aproximé al banco más cercano con la ansiedad carcomiéndome a cada minuto en la fila, ¿será que no pueden trabajar más rápido? Y esta estúpida sed no mejora las cosas. Miré alrededor con los labios resecos. Basta, me ordené, no iba a gastar dinero en una botella de agua, ¿quién paga por algo que puedes conseguir gratis?
Al momento de encontrarme frente al empleado y recibir el efectivo lo tomé como si de ello dependiera mi vida. Con una mirada de deleite conté los billetes entre mis manos, valió la pena la espera. Gracias al cielo existen los bancos que trabajan hasta las 7, no podía esperar hasta mañana.
             
12:30 pm – La California.
Giré nerviosamente la tarjeta en mi mano mientras mordisqueaba mi labio inferior, ya me ardía un poco de tanto hacerlo, me pregunté si quizás estaría sangrando. Me molestaba tanta gente separándome de mi objetivo, el cajero me llamaba con dulces promesas de riquezas.
– ¿Pedro? ¡Pedro! – una chica pasó su mano frente a mi rostro – ¿A dónde te fuiste? Cualquiera diría que tienes mucho rial en esa tarjeta, deja de manosearla. Te recuerdo que trabajamos en la peor empresa del mundo y lo que nos pagan es una miseria.
Sacudí un poco la cabeza viendo fijamente su rostro, qué fastidiosa era, no entiendo quién le dijo que podía seguirme hasta acá cuando todo lo que quería era estar solo. Hoy era uno de los días más felices de mi vida y esa alegría no me gustaba compartirla, nadie podría entenderla verdaderamente. Mucha gente esperando para usar el cajero para sacar una cantidad de dinero indefinida, todo eso para derrocharlo en cosas sin importancia. Yo soy más inteligente que ellos, yo sé apreciar su valor.
– Yo sé que no cobramos nada y eso precisamente me tiene preocupado. Tengo que pagar la universidad y probablemente para mañana ya estaré nuevamente sin dinero. – Suspiré ostentosamente – La situación no está fácil.
Me rodeó con un brazo intentando darme ánimos, ¿cómo podía quitármela de encima? – Tranquilo Pedrito que cualquier vaina me avisas y yo te presto algo de dinero, sabes que como siempre puedes contar conmigo.
– Gracias, eres un sol. – Sonreí como pude, ojalá no note que ni siquiera sé su nombre. – Pensándolo bien, si me puedes prestar para el pasaje ahorita, iba a sacar pero ya voy tarde al otro trabajo y como es al otro extremo de Caracas agarraré moto taxi.
– No sé cómo haces con dos trabajos, ¡yo con uno ya quiero morir! La esclavitud ya fue abolida, ¿sabes? Y ni siquiera tienes el color para ser esclavo – me dijo mientras apretaba mi cachete, algo me decía que le gustaba a esa chica. Qué pérdida de tiempo y recursos es tener novia. Todo lo que quieren es exprimirte hasta dejarte con una mano adelante y otra atrás. – Toma 100 bs, ya me lo pagarás después. – Me dio un beso en la mejilla que me vi obligado a aceptar – Ahora corre que después te botan.
– Eres tú mi vida, ¡chao! – Literalmente corrí dejándola allí sola. Mala idea usar esos cajeros, tomé nota mental, entré al Centro Comercial y saqué todo lo que recién me acababan de depositar guardándolo en mi bolso, custodiándolo con mi vida.

6:10 am – Caseta del operador, estación Altamira.
– Buenos días, me da un simple por favor. – Pedí pasando un billete de 2 bs, lamentando no tener el monto exacto.
Debo admitir que me costó un poco entregar el dinero, como si ese tipejo que ahora me atendía se lo hubiese ganado por otorgarme un puto ticket amarillo con franja marrón. Este debería ser un servicio gratuito, para eso hay otras personas pagando impuestos. Al final mi buen humor del día ganó y, en parte por no querer buscarme problemas (otra vez), se lo entregué. Nadie dijo que era un crimen entrar a través de la puerta para personas de tercera edad y discapacitados, pero aparentemente no es bien visto.
– Te voy a deber la monedita hermano, no tengo ahorita. – Me sonrió a modo de disculpa, sentí un acceso de ira, ¡se quería quedar con MI dinero el idiota ese!
– Tranquilo, yo espero por acá. – Con dificultad disimulé mi molestia y me hice a un lado ignorando su cara de incredulidad, no tenía prisa y no estaba en mis planes renunciar de esa forma a algo que era mío por derecho.
Pasados un par de minutos empezaba a desesperarme, el operador me hizo una seña finalmente devolviéndome una de esas pequeñas monedas, me fui sin siquiera agradecer ni despedirme. Ya no me sentía tan de buen humor.
– Hay gente bastante agarrada en este mundo. – Escuché poco antes de irme, resoplé ignorándolo, que él sea un mediocre sin visión me traía sin cuidado.

6:00 am – Estacionamiento, Altamira.
Apreté el volante del carro, la adrenalina recorriendo mi cuerpo y mis manos ligeramente sudadas, mi cuerpo podía presentir lo que me venía en el día. Tenía ganas de tener un botón para adelantar el tiempo hasta ese glorioso momento en el que me vería ligeramente más rico.
Salí del carro asegurándome de dejarlo cerrado con todas mis pertenencias de valor dentro, a pesar de encontrarme en un estacionamiento protegido, nunca estaba de más ser precavido. Agradecí mentalmente haber encontrado dónde dejar mi tan preciado auto, era una de las cosas que más me gustaban en el mundo. De los 3 que poseía, este era mi favorito. Es verdad que tenía un Mustang que era el preferido por muchos, pero ninguno le ganaba a mi Cruze. Lo único que lamentaba era no poder disfrutarlo diariamente como se debía, a todo lo que daba. Quizás me tomaría una semana libre la semana que viene para irme a algún sitio donde le sacara provecho a ese motor.
Guardé la llave en mi bolsillo y me fui silbando una melodía alegre, mochila en mi espalda. Quien dijera que el dinero no compraba la felicidad definitivamente no tenía suficiente dinero.

5:30 am – La Castellana.
– Hijo, levántate que ya tienes que ir a la universidad. – La suave voz de mi madre me despertó – Ya el desayuno está listo, ¿comerás con tu padre y conmigo o quieres que te lo traiga a la cama?
– Hola madre, en seguida voy, déjame me doy un baño. – La vida es bastante buena cuando se tiene alguien que te mime tanto y se asegure de que no hayan preocupaciones que te perturben.
La escuché salir y esperé un momento antes de levantarme, por si acaso regresaba. Tenía que preparar todo para hoy y no podía arriesgarme a que ella viera algo que no le concernía. Me bañé con agua caliente y al salir me vestí con un conjunto sencillo pero bien arreglado. Por suerte en el trabajo me pedían vestimenta semi-formal, así podía guardar las apariencias con mis padres. Saqué mi bolso con la ropa que me pondría más tarde, conseguir esos trapos me costó entre tanta ropa de marca, menos mal logré rescatarlos de la ropa que dona mi familia mensualmente.
Ya sentado en la mesa dejé que ellos hablaran entre sí, disfrutando de mi comida. Muchas cejas se alzaban cuando conocían mi disgusto por las arepas, ¿qué clase de venezolano era? Por suerte mi madre me conocía bien y siempre me preparaba algo de mi agrado. Esta mañana fueron pancakes, con queso y mantequilla eran el cielo hecho comida. Tomé eso como un buen augurio. Cuando presté un poco más de atención a lo que conversaban me enteré que se había destapado un caso de corrupción enorme en el Tribunal.
– Menos mal nuestro hijo será un abogado inteligente y hará su trabajo como es, no entiendo cómo alguien podría hacer algo así. – Dijo con tono primero orgulloso y luego indignado mi madre, siempre tan soñadora ella.
– Supongo que sus motivos tendrán, Dilia, no podemos saber. – Contestó más sensatamente mi padre, tomando de su café.
En realidad yo opinaba que en los zapatos de esa gente haría exactamente lo mismo, sería idiota desperdiciar una oportunidad como esa de hacerme con tanto dinero. De forma muy prudente decidí mantener esa opinión para mí. Ya era suficiente con el pequeño detalle de haber dejado la carrera hace mucho tiempo. Algún día se los diría.
– Me voy, se me puede hacer tarde y no sé qué tanto tráfico hay, – me levanté dejando todo sin recoger – hasta más tarde.
Mi padre me detuvo y me pasó 500 bs, “por si te provoca comer algo” argumentó. Yo guardé el dinero sabiendo que no lo usaría, pasar hambre ya era habitual en mí, todo con tal de no gastar dinero en la calle. Esos billetes se verían mucho mejor en otro sitio.

29 de Mayo del 2014

11:30 pm – La Castellana
¿Qué palabras podría usar alguien para describir lo bien que se siente tener tanto dinero? Absoluta felicidad era lo más cercano a ese sentimiento mientras abría el hueco en el colchón y agregaba una docena de billetes más a la ya enorme cantidad que se encontraban en él. Se despidió sabiendo que mañana sería uno de los mejores días del mes.
Sí, Pedro López se sentía el chico más feliz cuando se acostó sobre su cama sintiendo ligeramente el olor a dinero en sus fosas nasales. Sólo él podía percibirlo en el aire. Aún podía palpar la textura del papel moneda en sus manos. Una gran sonrisa adornaba su rostro. Sonrisa que poco a poco fue convirtiéndose en una mueca. En silencio observó el techo sin poder conciliar el sueño.
Su último pensamiento antes de finalmente dormir fue que debería conseguir un tercer trabajo, así podría producir más dinero.

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